(PARTE 1)
Nunca habíamos tenido mascotas en casa a pesar de que siempre les pedía un perrito a mamá y papá. No me lo dieron, pero un buen día, cuando tenía yo 16 años, eso cambió.
No recuerdo el nombre de la perrita. Era una poodle preciosa, blanquita, coquetita. Era la perrita de una tía mía que se iba de viaje y le pidió a mamá que cuidemos a su perrita. Cuando mi madre llegó a casa con la perrita me puse súper feliz. Luego me aclaró la situación y la verdad, lo tomé bien. Ok, no sería la perra de mi familia, pero al menos la tendríamos un par de semanas.
Como ya les dije, tenía 16 años y también tenía las hormonas aceleradísimas. Ya experimentaba con darme placer propio, pero jamás había considerado siquiera que otro ser (humano o animal) me diera placer.
Y en eso de darme placer, era algo obsesiva. Me encantaba y me tocaba a mí misma cada vez que podía. Aprovechaba las tardes, cuando me quedaba sola en casa. A veces lo hacía en la ducha, otras en el patio o en la sala. Pero, por lo general, lo hacía en mi habitación, sobre la cama.
Y justamente así estaba aquella tarde: echada de espaldas sobre mi cama, vistiendo solo una camiseta, mi mano izquierda estimulando mi vulvita, mis ojos bien cerrados, totalmente concentrada en la linda sensación que recorría mi cuerpo.
Supongo empecé a hacerlo sin molestarme en sacar a la pequeña poodle de mi habitación. Y supongo que el placer hizo que olvide por completo su presencia. Por eso me sorprendí tanto cuando sentí algo que estaba justo al lado de mi mano izquierda. Algo que pasaba como rozando por encima de mi vulva, algo que se sentía medio rasposo, raro.
Me detuve de inmediato. Alcé la vista y la vi. Allí estaba ella, la pequeña poodle, lamiéndome la raja. ¡No, no, no! le grité. ¡Sal de ahí! Ella bajó de la cama de un salto. Nos quedamos mirándonos. Sabía que para continuar en paz mi sesión de autoplacer debía sacarla de mi cuarto. Pero no lo hice. Me eché otra vez y llevé mi mano hacia mi vagina. Estaba tan tan tan mojadísima. Reinicié las caricias y mientras lo hacía me preguntaba: "¿y si vuelve la perrita? ¿qué haré?"...
(continuará)
Nunca habíamos tenido mascotas en casa a pesar de que siempre les pedía un perrito a mamá y papá. No me lo dieron, pero un buen día, cuando tenía yo 16 años, eso cambió.
No recuerdo el nombre de la perrita. Era una poodle preciosa, blanquita, coquetita. Era la perrita de una tía mía que se iba de viaje y le pidió a mamá que cuidemos a su perrita. Cuando mi madre llegó a casa con la perrita me puse súper feliz. Luego me aclaró la situación y la verdad, lo tomé bien. Ok, no sería la perra de mi familia, pero al menos la tendríamos un par de semanas.
Como ya les dije, tenía 16 años y también tenía las hormonas aceleradísimas. Ya experimentaba con darme placer propio, pero jamás había considerado siquiera que otro ser (humano o animal) me diera placer.
Y en eso de darme placer, era algo obsesiva. Me encantaba y me tocaba a mí misma cada vez que podía. Aprovechaba las tardes, cuando me quedaba sola en casa. A veces lo hacía en la ducha, otras en el patio o en la sala. Pero, por lo general, lo hacía en mi habitación, sobre la cama.
Y justamente así estaba aquella tarde: echada de espaldas sobre mi cama, vistiendo solo una camiseta, mi mano izquierda estimulando mi vulvita, mis ojos bien cerrados, totalmente concentrada en la linda sensación que recorría mi cuerpo.
Supongo empecé a hacerlo sin molestarme en sacar a la pequeña poodle de mi habitación. Y supongo que el placer hizo que olvide por completo su presencia. Por eso me sorprendí tanto cuando sentí algo que estaba justo al lado de mi mano izquierda. Algo que pasaba como rozando por encima de mi vulva, algo que se sentía medio rasposo, raro.
Me detuve de inmediato. Alcé la vista y la vi. Allí estaba ella, la pequeña poodle, lamiéndome la raja. ¡No, no, no! le grité. ¡Sal de ahí! Ella bajó de la cama de un salto. Nos quedamos mirándonos. Sabía que para continuar en paz mi sesión de autoplacer debía sacarla de mi cuarto. Pero no lo hice. Me eché otra vez y llevé mi mano hacia mi vagina. Estaba tan tan tan mojadísima. Reinicié las caricias y mientras lo hacía me preguntaba: "¿y si vuelve la perrita? ¿qué haré?"...
(continuará)